Habiendo estudiado Publicidad y Relaciones Públicas, siempre me ha interesado la publicidad menos que las relaciones públicas, pero aún así, es evidentemente un sistema de comunicación tan usado como las mismas relaciones públicas. Ambas generan negocio para las empresas de distintas maneras, cada una con sus técnicas y especificidades.
La publicidad acelera el proceso de conocimiento y encuentro entre una marca/producto y el consumidor/usuario, con mensajes muy breves y concisos (una imagen en prensa/revista, 10 segundos de radio, 20 segundos en TV, 1 banner/interstitial en web). Mientras que las relaciones públicas trabajan la manera más natural como las personas nos gusta conocer a alguien (o marca/producto): relacionándonos con él/ella, viéndole actuar, cómo reacciona ante nuestros inputs, pudiendo conocerle a fuego lento.
Y llega la paradoja: en un momento como el actual, donde los tiempos se minimizan a la mínima expresión, los anuncios de la tele son carne de zápping, la oferta de soluciones para ‘saltar’ intermedios publicitarios (TiVo) va en aumento, nadie tiene tiempo para gastar con una hermosa animación en flash, y los anuncios en redes sociales no están obteniendo los resultados esperados; es cuando me pregunto por qué siendo todo favorable a la brevedad y rapidez, es cuando más el usuario prefiere entrar en relación con las marcas, conocerlas desde su punto de vista más personal, entablar conversación con ellas, optar por la opción más largoplacista.
¿Por qué, en general, gusta tan poco la publicidad? Se percibe como intrusiva y molesta cuando tendría que aportar un servicio informativo y ventajoso para su receptor.
Esta aversión hacia las expresiones publicitarias empieza a representar un problema a la hora de sacar partido a entornos, también sociales, donde el sustento económico principal es la inserción de espacios publicitarios. Es hora de que exploremos nuevas vías de monetización y comunicación de mensajes, tanto en la red como también fuera de ella; o quizás, una vez más, la hibridación sea la vía posible (ya lo decía Alfons), en que desde la vida real, paseando por la calle o en casa, tengamos acceso a recursos online (o éstos tengan acceso a nosotros!) y exista una convivencia real y beneficio mutuo entre el online y offline, aportándose y retroalimentándose uno al otro, a través de recursos comunicativos informativos, publicitarios y relacionales. La próxima web 3.0 viene por este camino. Si consigue alcanzar este equilibrio y armonia, poco a poco, sin ninguna duda, se verán grandes avances.