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Vivimos en una revolución en espiral de la que no podemos escapar. Sólo podemos mirar hacia delante y aceptar los cambios que se nos vienen encima de la mejor manera posible.
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Los progresos, los avances tecnológicos no son ni buenos ni malos por definición. Dependerá del impacto que tengan sobre nosotros, de forma individual y colectiva, como sociedad.
Sufrimos un problema importante de superpoblación que no para de crecer en números absolutos, sí se ha visto frenado en términos relativos. Esta masificación poblacional conlleva retos asociados que requieren de una atención con una energía equivalente, que ahora mismo queda a años luz de esta necesidad real. Esta saturación demográfica conlleva aislamiento personal y patologías asociadas a la salud mental de las personas más vulnerables a estos transtornos, que en número, cada vez son más.
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Unido a la masificación, estamos al nacer de una tecnología que asombra a todo el mundo por su potencial: la Inteligencia Artificial. Una herramienta, inicialmente, al servicio de las personas cuyos instigadores privados (empresas con intereses comerciales) se apresuran a mostrarnos unos usos asombrosos. O al menos lo parecen en este momento inicial. Pero sí es cierto que es fácil imaginar qué caminos puede tomar, solo viendo un par de películas de ciencia ficción..
Y aquí voy: uno de los primeros usos que se le está dando a esta inteligencia artificial es la atención a las personas, los famosos chatbots, asistentes virtuales.. y a mi humilde modo de verlo, esto choca frontalmente a la necesidad que cada vez más personas tienen de hablar y relacionarse con otras personas, que las entiendan, que las escuchen, que las quieran.
No quiero que un robot me quiera. No quiero soltarle la chapa a un chatbot para que me devuelva respuestas sacadas de un manual de psicología contrastado con 1.327 casos similares al mío. No quiero que me ‘demuestre aprecio’ un ordenador que procesa sus palabras en un datacenter de Nebraska.
Lo que pretendo explicar es que cada vez más necesitamos más humanidad y menos tecnología, a pesar de que el progreso nos fuerza justo a lo contrario aunque paradójicamente su tendencia sea peor para nosotros: las personas que programamos las máquinas que no queremos que nos atiendan.. una reflexión que parece de locos..