Antes de estos días de fiestas navideñas, estuve hablando con un periodista sobre cómo debe tratarse la privacidad de los nombres de las personas que no viven en la red. Me refiero a quienes no tienen actividad pública en la red, que no tienen ningún perfil en redes profesionales ni personales, que no escriben en ningún blog, que no publican comments en los de los demás, que no suben fotos ni vídeos en ninguna plataforma. Personas que posiblemente sólo utilizan internet por uso del correo electrónico y cuatro consultas contadas en websites. Pueden ser directivos de la vieja escuela, profanos del medio, personas fuera del ámbito de las nuevas tecnologías con trabajos no relacionados ni vinculados con las TIC, ancianos, hombres o mujeres sin interés alguno por la actividad frenética ni lo que la red les puede aportar, etc. Este colectivo existe, y aún es muy numeroso. Y además, están en su derecho!
En mi opinión, debe respetarse su anonimato dentro de la red. En algunos (muchos) casos, han escogido (por el motivo que sea) no tomar partido en el día-a-día en internet, pues creo -en mi humilde opinión- que hay que ser discreto con su intimidad (es sólo suya). No les citaré en twitter, ni subiré ninguna foto con ellos, ni mucho menos les taguearé. Aunque pienso que ambos mundos (el real y el virtual) son paralelos y complementarios, creo que por delante hay la libertad individual de las personas en querer ‘estar’ (aparecer) en la red o no. Y aún más cuando la persona no es un personaje público y su intimidad tiene un valor aún más preciado.
Como pasa igual fuera de la red, la intimidad/privacidad es un aspecto que deja mucho de qué hablar. Y hoy, entre las redes sociales más populares, los buscadores que encuentran todo sobre uno, y los sitios que te sacan fotos más o menos indiscretas publicadas por otros, el concepto de privacidad se ha visto desplazado por un libertinaje de compartición de información, que de alguna manera comportará un cambio cultural en la forma de concebir qué es y qué no es privado.