Del concepto de la transformación digital seguro que habéis oído hablar, habéis leído, visto alguna ponencia o, incluso, lo hacéis en vuestra propia empresa u organización. Hace años que se habla y se intenta poner en práctica. Todo lo que os ha llegado hasta hoy seguro que son planes y buenas intenciones sobre cómo digitalizar la actividad de una empresa, como instaurar nuevos procesos digitales donde antes sólo había papel o palabras de supervisor; incluir móviles, tabletas y PCs que se actualizan sólos; trabajo colaborativo entre un mismo equipo o entre varios equipos interdisciplinarios, quizá también internacionales.
En mis últimos 5 años profesionales, al frente de una herramienta de comunicación interna para grandes compañías, he podido presenciar la realidad en la ejecución de planes carísimos de transformación digital en empresas de distintas índoles. Ahora empiezan a ver la realidad de la transformación digital que se les vendió en su día en forma de (cara) consultoría, de bonito PowerPoint o de cotizado gurú en esta materia.
Cabe decir que no en todos los casos, pero en empresas de servicios, turismo e indústrias se sobrevaloraron unos “brindis al sol” que hoy se ven frustrados por la dureza de la realidad: se ha pagado mucho dinero para digitalizar plantillas enteras de empleados (maquinaria, procesos y software específico) que todo el mundo pensó que adoptarían a ciegas todo lo que la compañía les impusiera utilizar, pero nadie pensó en las resistencias que habría en el uso de todo este arsenal digital en personas de realidades y motivaciones muy diferentes de las de la organización.
Esta dura realidad que golpea frontalmente los intereses de la compañía toma forma cada día en una desorganización sistémica, descontrol en los procesos interdepartamentales, ignorancia sobre el uso de comunicaciones internas, negligencia legal en dejar fugas flagrantes de información confidencial, desistimiento -en muchos casos- del ejercicio del control y la custodia de los datos que son propiedad de la empresa, etc. Nadie habla. Todo el mundo vuelve la mirada hacia otro lado.
En muchos lugares, los despachos de Dirección General, Recursos Humanos, Tecnología y Legal saben que se han invertido, gastado, pagado (tirado) cantidades ingentes de recursos. Ahora están sobre una bomba de relojería que en cualquier momento una fuga de información, un empleado mal despedido, un trabajador revolucionario o un encargado con una captura de pantalla puede hacer volar por los aires parte de aquel engranaje que ha costado tantos esfuerzos construir. Un universo organizativo que ha puesto todos los afanes en “transformar” y “digitalizar” la parte “sencilla de la empresa”, la que habitualmente no supera más de un tercio de la totalidad de los trabajadores, pero ha olvidado de donde viene la fuerza motriz y productiva de la compañía. La que representa habitualmente los dos tercios del total.
Es justamente este gran grupo de la empresa lo que debería merecer toda la atención y comprensión de los de la punta del iceberg del organigrama. Sin su productividad no hay beneficio posible. Sin su trabajo, esfuerzo, productividad no hay facturación. Este segmento es precisamente el que a mí me merece todo mi foco de atención para conseguir su comodidad digital laboral para maximizar el rendimiento de su esfuerzo.