A medida que avanzamos en esta nueva sociedad de información y relación digitalizada, hay cada vez más entornos sociales que prometen al usuario un único objetivo: socializarse. Y está muy bien. Compartir, explicarse, relacionarse con los demás. Pero es precisamente en esta relación cuando empieza la complejización de entramados intereses “públicos” y “privados”.
Redes públicas con información privada, y redes privadas con información pública. Individuos compartiendo información deslocalizadamente, desde casa, desde el coche, desde la calle, desde una sala de espera hacia un entorno completamente privado de trabajo, o en un espacio público expuesto a una gran audiencia. Para mi, la deslocalización es la causa. No nos acabamos de acostumbrar a poder publicar una información que no tiene nada que ver con y desde el sitio en el que nos encontramos físicamente.
Las tecnologías de la información y la comunicación traen consigo unas ventajas de enorme valor: asincronidad, desubicación, presencialidad virtual.. pero justamente estas ventajas juegan en contra a lo que la persona humana ha vivido hasta estos últimos años. La experiencia vital de estar en un espacio-tiempo determinado se ha roto en beneficio de presenciar distintas realidades al mismo tiempo, desde cualquier sitio.. y esto no es fácil de llevar. Estar conversando, al mismo tiempo, con distintas personas a la vez, individual o colectivamente, personas de distintas ciudades o países, y sin necesidad de responder en ese mismo momento.. multiplica a la enésima potencia la capacidad de información y relación. El precio que pagamos por beneficiarnos este súper-poder social es una demostración de torpeza constante en mezclar informaciones privadas en ámbitos públicos.
Una de mis hipótesis antropológicas (que un día podré demostrar empiricamente ;-)) sobre este factor distorsionador, lo baso en un hecho muy básico y primario: mientras estamos sentados frente al ordenador interactuando, lo hacemos siempre de forma individual. Mientras interactuamos con cualquier dispositivo (smartphone o tableta), lo hacemos también en un contexto de soledad, de individualidad. Uno y su teclado, nada más. En cualquier situación estamos solos ante un elemento tecnológico que nos traslada en un ambiente precisamente opuesto: nos sitúa ante una audiencia, una comunidad. En realidad, estamos engañando a nuestro sentido social más profundo, aquél que busca y necesita la relación entre seres semejantes y que, en esta nueva internet social, la encontramos permanentemente en el móvil, en la tablet al mirar la TV por la noche, en el ordenador de sobremesa del trabajo, o el portátil en el despacho. Virtualizamos unas relaciones, que a la vez son totalmente reales, pero no son ni presenciales, ni comparten espacio ni tiempo.
[phonto by James Yeung]